Mis artículos y entrevistas

martes, 15 de abril de 2014

El mar ofrece, une, enlaza, conecta, permite la vida. El mar también puede asesinar, limitar, apresar y ahogar.


Cascadas abiertas, ríos tan grandes que destrozan las cadenas. Romper los muros que tratan de enterrarnos.
Ventanas heridas que por fin dejan pasar la luz.
Bienvenido el viento que golpea y empuja las velas.

Verse atrapado sin medios, sin nada, con los caminos y las alas cortadas. No tener alternativas. Esperar a que el destino nos enseñe nuevos caminos. Aceptar un discurso absurdo para amoldarse a la vida que no deseas, a esa que te asfixia. Aceptar la cárcel, la imposibilidad, amarrarte tú solo las manos y esperar. Esperar la nada.
Tener la fuerza necesaria, el valor para despedazar todas las mentiras. La solución no está en aferrarse a alguien. Es necesario el camino a solas.
 La soledad es benevolente, melancólica, dulce, una de las grandes verdades que tememos. Sin ella no hay fin ni comienzo, solo un mundo ruidoso de palabras inciertas.

Hay varias clases de amor, no hay uno solo. Hay amores que te cuidan tanto que estrangulan. Hay amores que liberan, aceptan y renuncian.

Como el mar vencedor o vencido.

Inmigrantes, emigrantes que caminan, que sortean obstáculos, que suben murallas, que cortan sus manos sobreviviendo a dentelladas. Existe en el hombre
 la esperanza.
 Esa luz ciega entre sus dos ojos.
Esas manos que rehuyen incertidumbres, que construyen
caminos.

Manos heridas y sabias.

Caminos anchos, caminos libres.
Casas de barro que pueden destruirse.
Casas de paja arruinadas por el viento.
Mansión en la que esperamos la muerte.

Cielo abierto, lleno de horizontes. Manos amigas que lloran contigo y que escuchan.

Un mundo para ti, una esperanza, un regalo incierto.

La puerta está abierta.

Barca dispuesta, izamos las velas, levamos el ancla.






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